23/3/12

El chocolate

Toma, guarde un chocolate para ti. Lo llevaba conmigo desde hace tiempo, siempre esperando dártelo a ti. Era el único que quedaba sobre el estante de aquella tienda de confites, lo más curioso es que un perro lo custodiaba echado bajo el mostrador, así que inmediatamente supuse que debía de ser una pieza única y excepcional; un manjar y ambrosía, por eso lo tome para ti.
Ciertamente saliendo de la tienda, no sabía si iba a encontrarte ese día, y temí que se derritiera o aplastara en el bolso de la chaqueta donde lo metí, yo no podía permitir que eso sucediera, en ese momento decidí tomar todas las más rigurosas precauciones para mantenerlo a salvo. Era una pieza importante el que llevaba en mi poder, consiente de eso, y debido a mi antiguo entrenamiento militar, mi postura cambio al caminar por las calles desconfiando de todas las personas que transitaban en ellas. Al llegar por la tercera avenida sobre la treinta y cuatro de Old Street, me di cuenta que en mi misión no me encontraba solo, metros atrás; el perro de la tienda perseguía constante mis pasos. No sabia si era aliado o enemigo, si estaba ahí para defender y seguir custodiando su tesoro (ahora mio, puesto que pague por él) asegurándose de que nada le pase, o para reclamarlo y arrancarlo de mi poder, para seguir resguardándolo de un inclemente destrozo. Ante tal dilema, recordé lo que aprendí en mis tiempos de guerra: “Si no sabes que hacer; déjalo, y continua tu camino”. Sabias palabras de las que no estoy muy seguro si en realidad decían así, suerte la mía de no recordar bien las cosas, así que solo lo deje así y continúe mi camino, volteando de vez en cuando muy discretamente , o mirando el reflejo de algún escaparate para ver si el perro seguía tras de mi tesoro. Resultaba que siempre estaba a una distancia cada vez más corta de mí, por suerte, parecía no advertir que yo ya sabia de su presencia, si era adversario y quería mi caudal me daba ventaja ante cualquier ataque sorpresa, pero si era partidario de mi causa resultaba mejor por que así, haciéndome el desentendido no entorpecería con su noble misión. Seriamos un buen equipo o encarnizados enemigos, no lo sabia, y la dicotomía no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, si seguía así; entonces la tensión generaría una aceleración en mi ritmo cardiaco, aumentando mi temperatura corporal, lo que haría que inevitablemente el chocolate se derritiera. Fue por eso que en el mismo instante en que terminé mi teoría hipotética del destino de mi protegido, paré en seco y girando desafiante, enfrente al perro para saber de una vez toda la verdad.
Era un animal grande y amarillo, más común que corriente, y parecía ser bastante joven y bien cuidado, en sus dos ojos grandes y negros, mantenía una mirada amable de la que por supuesto yo no me podía confiar. Cuando paré, el también paró, cuando me giré el simplemente se sentó, y cuando lo desafié con mi mirada simplemente comenzó a mover su cola.
No se cuanto tiempo permanecimos así en medio de la calle, era un duelo de miradas, un lance a muerte de honor y valentía. Ni un parpadeo, ni un movimiento, ni siquiera respirar, un paso en falso y mi cruzada perdería, yo estaba tan concentrado, que al final no me di cuenta como sucedió, el perro se movió acercándose a mi y empezó a oler el bolsillo donde llevaba el regalo. Creí que se me lanzaría encima, desgarrando mis ropas y devorando con sus fauces el preciado chocolate, preparado mentalmente a morir por ti, me dispuse a luchar, pero el can solo se sentó y me lanzo una mirada profunda y terriblemente tierna, acompañado de un gemido de triste suplica.
Estaba claro, era enemigo y quería el chocolate.
Debo decir que jamás en mi vida, ni siquiera aún en mis crudos tiempos de guerra, libre una batalla tan dura como esta, fue difícil resistir su voluntad, fue sofocante evadir esa mirada, mi alma se destrozo, pero mi espíritu se mantuvo, y valiente como un Hércules me arrodillé ante él para acariciarlo, y comencé a explicarle lentamente que aquel chocolate ya tenia un destino, le hable de ti y de tus sueños, de tus encantos y alegrías, le platiqué de lo importante y maravillosa que eras, después de eso, no necesite decir más, el perro movió la cola y sonrío, como solo saben sonreír los perros. Yo me levante y seguí mi camino, él se quedo en el mismo lugar, en medio de la calle, sentado, pero esta vez como un aliado, vigilando atento mi camino.
No pasaron muchas calles cuando por fin te encontré, y pude decirte mientras colocaba el tesoro en tu mano: “Toma, guardé un chocolate para ti”.

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